El unicornio es una criatura mitológica representado habitualmente como un caballo blanco, con patas de antílope, barba de chiva y un cuerno en su frente.

Las primeras versiones del unicornio datan desde el año 400 A.C. Se lo describía como un animal blanco con cuerpo de caballo, cabeza púrpura de ciervo, patas de elefante y cola de jabalí, con un cuerno en su frente. El cuerno era blanco en la base, rojo en la punta y negro en el medio. Sus ojos eran azules.

Se atribuían a su cuerno propiedades mágicas. Durante la Edad Media, simbolizaba la virginidad.
Otros escritores de la antigüedad mencionan también diversas características del unicornio. Para algunos, su fortaleza era tal que empalaba y transportaba hasta tres elefantes en su cuerno. Sin embargo, no acertaba a desprenderse de ellos y generalmente moría de inanición o apestado por los vapores de los paquidermos putrefactos. Sólo los héroes se dirigían a las montañas o a los desiertos para sorprenderlo en su terreno, y su encuentro hacía vacilar al más valeroso: «Nada hay tan espeluznante como el bramido de este animal, pues su voz retumba como el trueno.» También «mordía como un león y coceaba como un caballo»... Tampoco le amedrentaban las armas de hierro.

El unicornio, domesticado

Sólo había un medio de domesticar al unicornio, que fue explicado a principios del siglo VII por San Isidoro de Sevilla. Una doncella había de conseguir que reposase la cabeza en su regazo. Entonces, dice San Isidoro, «abandona toda su fiereza y queda dormido». Mas por desgracia, lamenta San Isidoro, el confiado animal «suele ser muerto a flechazos por los cazadores».